Un tema que estamos acostumbrados a experimentar en los últimos años es la degradación continua del “espacio público”, una palabra y un concepto que parece perfectamente entendible viene preocupando a expertos y profesionales de la materia desde hace tiempo. Y es que las ciudades modernas en las que los habitamos parecen estar llenas de ellos ya que una construcción o los mismos cultivos rurales constituyen espacios de independencia colectiva; son autónomos.

En mi opinión un gran problema es que la gente pensamos que conocemos realmente una ciudad como para añadirle un nuevo espacio que se fusione con ella conocido como espacio público, pero algunas acciones tales como cambiar el pavimento o el nivel del suelo es darle independencia a ese espacio con respecto a la ciudad. La causa principal es que nos cuesta relacionar con la ciudad porque no la tenemos suficientemente en cuenta.

Algo que llama la atención de Solá Morales es su descripción de los túneles de metro, esos que son diariamente transitados, donde encontramos vida a todas horas, donde la ciudad fluye y se relaciona en un espacio tiempo que parece cambiar cuando entramos en ellos y vuelve a aparecer cuando llegamos al punto de destino. Son espacios donde la ciudad habita y la máquina se esconde. Son espacios infinitos, tal y como deben ser todos los espacios públicos de la ciudad ya que esta nunca desaparece ni se fragmenta; continúa.

Por esto mismo en la ciudad contemporánea ya no podemos ver los espacios públicosen referencia a una noción de estructura urbana, funcional, política o semántica y ser puramente estructurales sino que debemos dejar de lado el decorativismo paisajístico y reconocer el tejido de los materiales. El espacio público real es el que evita al medio rural.