La arquitectura forma parte irremediablemente de la ciudad y la condiciona. De cómo la hagamos depende si guía a la ciudad de la forma correcta o no.

Para que la arquitectura ayude a la ciudad, para que coopere con ella en vez de trabar su desarrollo, la arquitectura debe pensarse más allá del concepto y preocuparse del modo en que se va a vivir, es decir, las sensaciones y sentimientos que provocará, si son adecuadas al cometido al que está encomendada o si, por el contrario, no cumple su función. En definitiva, si esta arquitectura que desarrollamos, al ponerse en práctica en el mundo real va a funcionar.

Otro punto indispensable en la arquitectura buena para la ciudad es el emplazamiento.

En función de dónde y de qué manera esté situada conseguirá efectos totalmente contrarios. De Solá-Morales pone un ejemplo muy  acertado en mi opinión, contrapone la ciudad de Londres y la de Zaragoza, y cómo ambas ciudades han crecido de manera distinta en torno al rio, convirtiéndolo en Londres en un elemento de conexión de la ciudad, estando perfectamente integrado, y en Zaragoza, como un elemento separador, dividiendo la ciudad en dos.

Hay que desechar la objetificación de la ciudad sin rendirse en la búsqueda de su definición, pues es esta búsqueda la que provoca su evolución.

La ciudad tenga debe ser un conjunto de elementos coherentes entre sí, dando, a su vez, sentido a la ciudad.

En la creación de las ciudades es imprescindible la opinión del ciudadano, pues es en función de esta si se considera la ciudad un éxito o un fracaso. Por eso pienso que el objetivo principal de la arquitectura y el urbanismo en este momento debe ser resolver de manera eficiente las complejidades de la ciudad moderna, considerando la eficiencia como la comodidad y facilidad de desenvolverse el ciudadano en ella. La ciudad debe estar al servicio del hombre y no al revés.