La calle, como espacio de uso social, ya sea organizativo, comunicativo o de recepción, es un elemento imprescindible dentro de la ciudad y para su correcto funcionamiento es necesario, no solo un buen trazado, si no, también, una serie de normas y comportamientos cívicos que la acompañen.

Cuanto mayor es la ciudad, mayor la red que forman las calles, así como su complejidad. Si nos fijamos en las calles con detenimiento, en su tipología, tamaño, forma, etc., somos capaces de entender el funcionamiento de la ciudad. Por ejemplo, las calles principales suelen ser más anchas, tener un flujo mayor de personas y tráfico…

Las calles son fieles testigos de la evolución de la sociedad, del crecimiento de las ciudades, del boom automovilístico, crecimiento demográfico… han tenido que irse adaptando a las circunstancias, cambiando, para poder ser efectivas a lo que se les pedía. El riesgo de esto es, que no todo que se les pide es correcto, una mala decisión puede dar pie a muchos más problemas de los que se solucionan.

La calle siempre será motivo de debate y, en mi opinión, la búsqueda de una solución universal para su ordenamiento o distinción es un equívoco, puesto que cada ciudad tiene unas circunstancias y características diferentes. El debate, por tanto, debe enfocarse a una escala más pequeña, la de la ciudad donde se aplica.