“[…] escasea la imaginación de futuro, no hay tal voluntad. Y sin voluntad no hay deseo, y sin deseo no hay calidad.”

Hay algo en lo humano, en lo sensorial, que da emoción a lo que construimos. De Solá-Morales es crítico. Crítico con la nueva arquitectura basada en la imagen, en el éxito, en el vender. Crítico con las ciudades insulsas. Crítico con la postura pasiva de aquellos arquitectos que perciben la decadencia de la ciudad, pero que se resignan a “defenderse” de ella con sus objetos.

Él destaca la materialidad. La materialidad como herramienta para crear experiencia. La materialidad como forma de aparición de las nuevas ciudades, esas que no son bellas, pero están llenas de energía, de encuentros, de complejas relaciones. Destaca la materialidad como emoción, como registro.

Nos olvidamos de cuestiones más sensoriales, de registrar el lugar con el tacto, con elementos menudos pero también cercanos a la experiencia humana (de pronto un árbol acerca la escala de la ciudad a la escala del hombre y esta deja de ser agresiva para él). La materialidad es la forma en que se resuelven los conflictos, y es, por tanto, la que crea la urbanidad.