Una ciudad anti-covid es una ciudad saludable. Entre los factores de riesgo que definen como afecta la enfermedad, encontramos: enfermedades respiratorias, cardiovasculares, obesidad, diabetes, débil sistema inmunitario, entre otras más. ¿Pero qué tiene esto que ver con la arquitectura? Todo.

Empecemos por las enfermedades respiratorias. Viviendas bien ventiladas (tanto natural como mecánicamente), con bastante luz natural y amplios espacios de convivencia evitan la dispersión de este tipo de enfermedades. Esto se traduce en una tipología de edificio residencial bien distinto a lo que se veía en zonas de Granada, como por ejemplo Camino Ronda. Ya no es así, sino todo lo contrario. 

Otro aspecto importante sería la contaminación atmosférica (la cual afecta gravemente a la salud respiratoria), destacando el uso masivo del vehículo de combustión. De esta forma, se priorizarían únicamente los motores eléctricos y se reduce su uso en ciudad, implicando menos carreteras y más aceras. 

Por lo tanto, los principales medios de transporte privado serían la bicicleta y nuestras propias piernas (Más eficaces para mantener la distancia de seguridad de contagio), siempre y cuando, se dispersaran las actividades productivas y de consumo por toda la ciudad. Más actividad física, implica menos sedentarismo, eliminando así problemas cardiovasculares y de obesidad. 

La salud es también es mental y social. Desde el confinamiento durante la pandemia, las personas han buscado viviendas bien iluminadas y con espacios exteriores amplios como balcones, terrazas y patios. Estos espacios fueron primordiales a la hora de mantener una buena salud mental de los habitantes (era el único espacio exterior accesible), y también se convirtieron en los únicos puntos de interacción social física con otras personas. 

Una población fuerte y saludable está más preparada para resistir las consecuencias de una segunda posible pandemia.