El texto plantea que nuestra percepción negativa de la ciudad, con su estrés, ruido y contaminación, en gran parte surge porque el urbanismo actual no se adapta a las necesidades humanas, sino que sigue una estructura rígida impulsada por el crecimiento descontrolado y una mentalidad capitalista. Esto ha llevado a la creación de espacios urbanos que no responden al bienestar de las personas, sino que priorizan otros intereses, generando un entorno que muchas veces se siente hostil y poco acogedor. Sin embargo, la reflexión central que aportaría yo es que la ciudad y su diseño no deberían ser elementos fijos e inamovibles. Para que realmente mejore la calidad de vida de sus habitantes, el urbanismo debe adaptarse a las necesidades de las personas (no al revés, ya que pienso que el ser humano debe encontrar el urbanismo como un proceso natural y no una irrupción en su vida) y ofrecer espacios que respondan a sus aspiraciones y emociones, no solo a objetivos económicos o de expansión. Esto incluye la creación de rincones y áreas que funcionen como refugios, lugares donde podamos sentirnos felices y conectados, sin que el ritmo de la ciudad nos abrume.